Volver a casa
¿Puede el deporte, el fútbol, ayudarte en una situación complicada? ¿Afrontar problemas del día a día? ¿Podría gestionarte una salida en un trance difícil?
*Nota: este texto está escrito en clave sevillista, ya que como veréis, es mi equipo desde siempre. Pero os animo a coger mis palabras y adaptarlas a vuestras vivencias, porque lo que viene a continuación es la historia de cualquiera de nosotros/as en cualquier ciudad, en cualquier momento.
Hay una idea clasista y alarmista muy relacionada con el mundo del fútbol, que es fácil de escuchar en según qué contextos, y que me sigue enervando la sangre en el momento que alguien la pronuncia. Siempre se escucha en los mismos foros: conversaciones en un grupo de amigos/as de clase media, donde a la mínima se intenta enlazar el amor por el deporte junto a una situación de baja capacidad intelectual.
Dicho pronto y mal, si te gusta el fútbol eres medio imbécil. Y es que encima se suele acompañar, para terminar de dar todo el asco, con el famoso “ay si es que no te pega que te guste eso”. Lo que no me pega tampoco, es reírme de ti en tu cara ante tal pamplina, pero esta vez creo que voy a hacer una honrosa excepción.
Lo peor de todo, sin duda, es que quién esgrime ese tipo de argumentario, jamás se ha podido plantear si acaso una mínima posibilidad de que el fútbol en particular y el deporte en general, sea una pasión que no te va a soltar y de la que con los años te vas a sentir bien contigo mismo formando parte de algo. Hallar que miles de personas comparten tus mismas preocupaciones, alegrías, te hace experimentar una sensación de integración, de sentirte aceptado.
Y esto, amigos y amigas, es de lo que vengo a hablaros hoy.
Soy un acérrimo seguidor del Sevilla FC, desde que era un crío. Sí, ya, esto suena a cliché, lo sé. Es un topicazo tan gigante que me da vergüenza escribirlo. Pero así es.
Sigo organizando mis días en relación a la hora y el día que mi equipo juega, genero estúpidas manías que me hacen creer que yo tengo alguna responsabilidad en el resultado (esto daría para unas 4000-5000 palabras de comidas, cerveza, vasos, posición de la radio, posición de la tv, sitio donde sentarse, y un largo etc), y sigo poniéndome la camiseta en días de partido.
Ir al estadio, ver el Sevilla, es como ir a casa. En pocos lugares puedes percibir un aire de comodidad y tranquilidad como cuando vas al estadio de tu equipo. Es imposible de describir, no conoces ni al 99,99% de la gente que está allí, pero no importa, porque en el fondo, están aquí por lo mismo que tú.
Yo, que vengo de una familia terriblemente humilde, que el primer sonido familiar que tengo en mi cabeza es el despertador de mi padre sonando a las 4 de la mañana, ir al campo era algo muy complicado de poder hacer. No nos lo podíamos permitir y durante más de una década, íbamos 1 vez al año. Un día, en todo el año. Y listo.
Ese día, claro está, ibas con tiempo. Si el partido empezaba a las 17, tú a las 16 ya estabas dentro de ese monumento que es el Ramón Sánchez Pizjuán, viendo como los técnicos acicalaban los últimos detalles, como salían a calentar los protagonistas, ibas notando un ambiente cada vez más caldeado, iniciaban algunos cánticos, empezabas a gritarle a tu jugador favoritos, les deseabas suerte… era absoluta magia. Ese día era el mejor momento del año, y así los atesoro para mí.
Y ahora, el girito. ¿Puede el deporte, el fútbol, ayudarte en una situación complicada? ¿Afrontar problemas del día a día? ¿Podría gestionarte una salida en un trance difícil?
Hasta hace poco tiempo yo no había sido capaz de ponerle nombre, pero durante un año de mi vida, sufrí acoso laboral. Tuve un jefe que me hizo la vida imposible durante un lapso de tiempo demasiado grande como para pensar que era algo casual. Uno que ya lleva unos años danzando entre empresas, habiendo tenido diferentes puestos tanto de técnico como responsable sabe diferenciar muy bien lo que es alguien exigente y lo que es un malnacido. Hace mucho de esto, pero todavía de vez en cuando me viene a la cabeza su cara y alguna de sus expresiones. Es lo que tiene que te haya jodido tanto tiempo la cabeza, que ella no se olvida y te da algún flashback ocasional.
En un año de dureza profesional, con muchas ocasiones de llegar llorando a tu casa, viviendo un infierno que poca gente conocía, poder ir cada poco al Ramón Sánchez Pizjuán, era un alivio.
Fue un año que yo estaba trabajando en Sevilla, y tuve la enormísima suerte de, por primera vez en mi vida, ser abonado de mi equipo. Por fin podía ir a cada uno de los partidos de mi equipo. Evidentemente no me perdí ni uno, para mi era un regalo estar ahí, pero, sobre todo, era un regalo poder compartir lo que yo sentía con auténticos desconocidos/as que como he dicho antes, simplemente buscan lo mismo que tú.
En un año de dureza profesional, con muchas ocasiones de llegar llorando a tu casa, viviendo un infierno que poca gente conocía, poder ir cada poco al Ramón Sánchez Pizjuán, era un alivio.
Y sí, aquí la clave para superar estos momentos son tus amigos y familia, es así, no hay más. Pero ¿formar parte de algo, sentirte parte de un grupo de personas con tus mismos intereses y durante horas poder ir a un lugar donde ser feliz? Incluso perdiendo, pero rematadamente feliz, ¿en qué % ayuda a superar y paliar momentos de ese nivel de tristeza?
En mi caso, mucho, muchísimo.
Por eso, volviendo al primer párrafo, esa gente que se ríe, se mofa o simplemente infravalora el deporte, no son conscientes de la importancia que tiene. Siempre va a vender más lo bochornoso, lo inhumano, insultos y gritos, alguna coyuntura violenta por encima de cualquier cosa. Pero no seamos simplones, no pasemos por alto todo lo que te puede dar, porque tipos como yo lo necesitamos y encima, durante una época determinada fue clave para que nuestro cuerpo encontrase momentos donde poder cuidar su salud mental.
Hace poco, pude volver a casa. Demasiados años sin poder pisar los aledaños. Estoy a unos 200 km, tengo un hijo y el coste económico de poder ir no es prioritario. Pude regresar y me prometí no dejarlo tanto tiempo. Me traje un empate, un partido rematadamente malo, y el corazón más contento que unas castañuelas por haber podido disfrutar de volver a entrar en la Bombonera de Nervión.